Miquel Bonet, Director del Programa de Competencias de la Universitat de Barcelona iL3

No creo que la coherencia sea algo que pueda aprenderse ni tampoco que pueda enseñarse. Se «es» de una manera especial porque por encima de todo a uno le gusta ocupar el rol que ha elegido y ya se sabe que una cosa es tener ideas, por tanto trasmutables y al alcance de todo el mundo, y otra muy distinta, como decía Ortega y Gasset, «estar» en las creencias.

De tanto hablar de talante, nos hemos olvidado que eso viene con la persona. Todos heredamos lo que vivimos en nuestra infancia, familia, maestros, padres, a los que empezamos obedeciendo ciegamente, hasta que llega el momento de reflexionar por uno mismo, y así acabamos dirigiendo nuestra vida, como buenamente podemos, porque al final somos autónomos para asumir nuestro personaje. Y hablando de todo eso, tenemos a un «líder» de nuestro tiempo del que se va a hablar por su trabajo y sobre todo por su coherencia.

Mourinho es sin duda uno de los mejores entrenadores de fútbol, o coach, o manager o coun selling, como quieran llamarle. Un pragmático que justifica todo su buen hacer en los resultados finales. Para este profesional, las formas, el protocolo, las simples «palabras» que le sobran, solo tienen sentido acompañadas de los hechos.

Ni pretendo glosarle porque no le conozco, ni mucho menos «entorcharle» porque no me va, ni me apetece demasiado, pero su forma de hacer, de trabajar y de comunicarse con los demás cumple a rajatabla el prototipo del liderazgo que muchos empresarios añoran a estas alturas de la triste «cruzada anti crisis», que con mejor o peor ventura venimos soportando.

Cuando se habla de meritocracia, los nombres valen menos que los apellidos, por eso vivimos tiempos en los que se añora a la gente que sabe lo que quiere y a dónde va, hay pocos flautistas de Hamelin y por eso nadie puede seguirlos. No está probado que el diálogo sea mejor que el decreto y así nos va con la reforma laboral, hay demasiadas brechas y se pierde mucho tiempo. Aunque algunos piensen que manejar un equipo profesional es un tema de psicología y confraternidad, lo cierto es que en el mundo del fútbol o en la empresa, al final debe entrar la pelota, o cuadrar el evitad. Si no es así, perdemos dinero, tiempo y votos.

Entre el pragmatismo, la soberbia y la supuesta antipatía de los «mourinhos» y la sencillez eficiente de los «guardiolas», todos queremos estar con el último, pero siempre y cuando haya resultados ¿no es cierto? Y de todo eso, lo único que deduzco, es que cada organización, sea empresa, club deportivo o ONG, para que funcione necesita un tipo de «líder» y no tiene porque ser del mismo estilo, por eso, a veces sirven poco, todos los masters, mapas de competencias o manuales. Enseñar es objetivo pero aprender es individual.

A mí, de verdad, creo que el modelo ideal es aquel que consiga las expectativas propuestas, empleando método y esfuerzo, el que sabe qué hacer con el talento de la gente, capaz de trazarse un proyecto y llevarlo a cabo. Si con todo ello el líder además es simpático, mejor, pero si no lo es, tampoco importa, porque «mañana» o en el próximo ejercicio, empezamos de nuevo y lo único que no cambia es el espacio para jugar y el gusto de ganar, que al final es lo que cuenta.

© Laboris
18-6-2010