El campo de la neurociencia social se configura actualmente como una transdisciplina que convoca diferentes perspectivas teóricas y metodológicas, que propicia, desde la emergencia de problemas concretos de investigación relacionados con la multivocidad de la dimensión social de nuestra especie, la aproximación de las ciencias de la vida y las ciencias sociales y humanas (Cacioppo, Berntson, Sheridan, & McClintock, 2000).

Para desarrollar algunas de estas consideraciones, la oportunidad que ofrece la investigación desde la plataforma de la neurociencia social para abordar de forma creativa problemas relacionados con la interacción social, ha implicado que cada vez con mayor contundencia y profundidad se aborde la discusión sobre las limitaciones de las interpretaciones deterministas tanto de corte exclusivamente biológico como cultural. Tales retos implican necesariamente una apertura epistemológica, que podría erigir a la neurociencia social como uno de los campos más promisorios para el desarrollo del programa neurocientífico en general, y posiblemente, como una de sus facciones más abiertas al diálogo interdisciplinar y a la comprensión de temáticas que le son tradicionalmente esquivas, como la diversidad cultural humana y los comportamientos sociales masivos, con sus motivaciones y consecuencias.