La Geocronología constituye una herramienta fundamental en la Geología actual. Si bien desde sus inicios ha sido una parte fundamental de la Geología Histórica y la Estratigrafía, ya desde los primeros intentos de conocer la edad de formación de la Tierra, durante el siglo XX se ha desarrollado de tal manera que se ha podido reconstruir la cronología de la historia geológica, gracias al desarrollo de una gran cantidad de métodos de datación absoluta. La mayor parte de ellos se basan en la radiactividad, pero incluso dentro de los métodos basados en ésta hay una enorme variedad de técnicas, radioisótopos y procedimientos que pueden ser utilizados, incluso de diferentes maneras, para conocer una amplia variedad de procesos geológicos de erosión, deposición y formación de rocas, minerales y fósiles.

Desde finales del siglo XX e inicios del siglo XIX, el desarrollo de estos procedimientos ha sido exponencial debido a la aparición de nuevas técnicas, a un gran desarrollo de la instrumentación que permite medir las concentraciones de algunos isótopos y al aumento del número de laboratorios y especialistas en geocronología. Esto ha producido que la geocronología se aplique para estimar una amplia variedad de tasas de procesos geológicos. Las técnicas actuales se aplican a procesos puramente geológicos como la consolidación e intrusión de magmas, pero también a procesos relacionados con los riesgos geológicos como la estabilidad de laderas, la actividad sísmica de fallas o tasas de plegamiento, e incluso en otros procesos predictivos como la tasa de sedimentación en embalses y lagos, las tasas de erosión en una determinada zona o la periodicidad de inundaciones en rangos de tiempo que oscilan entre las pocas décadas a millones de años.

A pesar de los progresos de las últimas décadas, la mayor parte de especialistas y laboratorios de geocronología han estado ubicados en laboratorios situados en Norte y Centro de Europa y Norteamérica.