En los entornos donde el trabajo requiere de grupos de personas colaborando juntos la inteligencia emocional adquiere tanta importancia si no más que la inteligencia racional.

La capacidad de empatía, la asertividad, la gestión de las emociones, el desarrollo humano son esenciales en el día a día de la empresa. Estar satisfecho con el trabajo propio y los objetivos conseguidos es parte de un trascurso positivo de la actividad diaria que ha de sumar y no restar.

Y es que los valores y la cultura vital de una organización se transmiten en toda cadena de mando junto a la capacidad para ilusionar con un proyecto común. La humanidad, desde este punto de vista, no restan efectividad a los trabajadores, sino que la suma exponencialmente.

El compromiso hacia una proyecto no se puede reclamar ciegamente desde la administración sino que se ha de entregar generosamente por un ideal común.