Una de las causas fundamentales de que una empresa no funcione bien la hallamos en la mala gestión de sus directivos. Si la persona que está al cargo no sabe cómo gestionar a su equipo, difícilmente podrá obtener buenos resultados a final de año. Pero las malas actuaciones de los superiores no influyen solamente en este ámbito.

Otros de los grandes perjudicados son los subordinados, afectados por una pésima dirección. Éstos son algunos de los temas abordados por Josep Maria Galí, socio director de Axis Consultants y profesor de ESADE, en su libro ‘El jefe que maltrata y la empresa que no repara en sus acciones’. La obra ofrece un retrato de los diferentes jefes que pueden encontrarse, así como de la manera de actuar ante ellos.

¿Cómo hay que actuar ante un mal jefe? Sin culpabilizarse. «La primera cosa que debe hacer un subordinado es tener una cierta seguridad en sus percepciones y darles credibilidad. Hay que sacarse de encima la autoculpa e intentar reconocer las propias emociones», sostiene el autor. «Ésa es la base para reconocer que el problema no está en nosotros sino en otro sitio». Cinco son los tipos de jefe que se analizan en el libro, cada uno de ellos con una patología diferente, pero con la base común de la realización de malas prácticas empresariales.

El jefe ausente

El jefe ausente es incapaz de implicarse emocionalmente y a fondo en un proyecto. Se trata de una persona que navega por la superficie de la gestión y no entra nunca al trapo. «Sólo lo hacen cuando ven peligrar su puesto y en ese momento utilizan mecanismos de defensa muy agresivos para conservar su posición, porque la ven vulnerable».

En el trabajo diario, estos superiores crean un sistema compensatorio. Lo que hacen es llenar un hueco y asumir el rol que no les toca. Este tipo de jefes compiten entre ellos, con la idea de que el ‘gran jefe’, que está ausente, les va a recompensar cuando vuelva con algún tipo de prebenda, como el poder.

Esta modalidad crea equipos de alta tensión, pero es posible que lleguen a gestionar la empresa razonablemente bien. Suele ser habitual en empresas de segunda o tercera generación. «Es un hijo al que le ha caído la empresa como le podía caer un chubasco, y se ha encontrado ante una situación que dirige con el mando a distancia, sin implicarse».

El jefe omnipresente

«El jefe omnipresente responde a una patología psicológica: la falta de confianza», afirma Josep Maria Galí. Se trata de una persona que ha aprendido a desconfiar, durante años, y no sabe hacer otra cosa, de ahí que intente controlar todos los entresijos de la compañía, incluso de forma compulsiva y neurótica. «Lo toma todo en mano, quiere saberlo todo, crea mecanismos de información por todos lados».

Este perfil suele ser muy común entre los empresarios que inician su negocio, «porque no tienen más remedio que hacerlo». El problema es que, con el tiempo, esta situación se convierte en un handicap para el crecimiento de la organización. «La gente que trabaja bajo un jefe de este tipo o se autolimita o se larga de la empresa».

El jefe perverso

El jefe omnipresente, llevado al extremo patológico, se convierte en perverso. Este perfil está muy definido, incluso por la criminología, siendo un auténtico criminal de empresa, hasta el punto de que si no estuviera en la compañía podría ser un psicópata. «Es la persona que no sólo no puede confiar sino que le encanta sentir y reconocer el dolor en los demás». Suele utilizar a los demás de una manera estratégica y sin ningún miramiento de tipo personal ni ningún tipo de valor. «De éstos hay muy pocos, pero la pura realidad es que existen. Suelen acabar mal, incluso en prisión, con lo cual es prácticamente imposible trabajar con ellos».

He aquí dos de los perfiles más ‘peligrosos’ de los jefes disfuncionales, así como una pequeña descripción sobre cómo debería ser el jefe ideal.

El jefe paternalista

El jefe que reproduce el modelo de protección paterno-filial en la compañía es el que se denomina paternalista.Actúa de esta manera, básicamente, porque cree «que esto es lo bueno, porque en su familia le han enseñado a ser un pequeño padre (suele pasar mucho en entornos en los que el padre se ha largado y el hijo mayor asume ese rol, que luego traspasa a la empresa)».

También suele darse por un tema de inseguridad. «Hay personas que se sienten amenazadas y, con la excusa de proteger a los demás, son como una gallina con sus polluelos: no les dejan salir de debajo del ala para que no se los coma el zorro y, al final, los hace incapaces de manejarse en la vida».

Estos jefes acaban convirtiendo los equipos en auténticas balsas de aceite donde no hay nada que se mueva, ni existe creatividad. «La verdad es que pueden llegar a encubrir auténticos procesos de corrupción, de degeneración humana y profesional», comenta Josep Maria Galí. «Yo me he encontrado empresas con jefes paternalistas que llevan 20 años en la compañía. Echas al jefe fuera y te encuentras con que el resto del equipo está totalmente podrido».

El jefe frívolo

El jefe frívolo es aquél que está totalmente sujeto al dictado de su ego. Cuando mira al otro, de hecho se está mirando a sí mismo en el otro. «Es el narciso clásico: que era tan bello que era incapaz de reconocer en los demás nada que no fuera su belleza».

Estos jefes utilizan a la empresa como un elemento de lucimiento personal. «Son incapaces de ver que lo que están haciendo tiene una trascendencia fuera de lo que es su pura imagen y el acercarse a su yo ideal». Suelen ser personas muy inseguras, que frivolizan y rebajan las cosas más importantes a una cuestión de imagen y adorno, «además de las triquiñuelas básicas de apuntarse las medallas de los demás».

Este tipo de jefe no hace demasiado daño a la empresa porque sólo surge en organismos compensatorios. «Al final siempre acaba habiendo el Sancho Panza del Don Quijote, que es quien saca las castañas del fuego, y que se presta a jugar este juego». Esta modalidad es muy habitual en empresas muy estables, como por ejemplo universidades, la Administración pública o en ciertos cargos políticos.

El perfil que funciona

Para Josep Maria Galí no existe un solo perfil de buen jefe. Lo que sí se puede es determinar cuáles son las características comunes a todos ellos. Así, un buen jefe tiene una importante capacidad de autoconocimiento, es decir, se conoce bien. Además, se trata de personas empáticas, que pueden generar respuestas sinceras en los demás, «meterse en su piel». Por último, se trata de personas que tienen mucha energía. «El otro día un director general me decía que hay que ser de piedra para aguantar el día a día», de donde se extrae otra característica más: la resistencia psicológica.

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