¿Cuántas veces se rompe una relación contractual porque el trabajador o la empresa no están contentos el uno con el otro? ¿A qué se debe esto? A las expectativas que uno se había creado del otro, un contrato psicológico que está en el fondo de esa relación.

Y es que, aparte del contrato legal, redactado y plasmado en un documento, los psicólogos aseguran que en todo contrato laboral hay una parte implícita y recíproca entre la organización empresarial y el empleado. De ahí que algunos despidos, abandonos, descontentos laborales o incluso huelgas no sean más que la expresión física de la ruptura de ese contrato psicológico.

Pero, ¿por qué? Más allá de los aspectos puramente económicos de sueldo y condiciones legales de trabajo, el empleado y la empresa poseen un conjunto de expectativas mutuas. Las organizaciones esperan de sus empleados que cuiden la calidad de su trabajo, que se comporten de forma honesta con las personas con las que tratan (para no dañar la imagen de la empresa) y que sean flexibles para adaptar su jornada laboral cuando sea necesario.

Por su parte, el trabajador pide justicia y equidad dentro de la empresa (en los procesos de selección, promoción y evaluación), que le retribuyan de forma adecuada a la realidad del mercado, que se le consulten aquellos aspectos que le afecten de algún modo y que le garanticen toda la seguridad posible en un momento de inestabilidad laboral.

Todas estas argumentaciones son sólo algunas de las que marcan las expectativas de ese contrato psicológico que, de verse cumplidas, provocan que el empleado se implique más con su trabajo (superando la obligación derivada de un compromiso escrito) o la empresa le premie más.

No obstante, es tan dinámico que necesita de una renegociación constante en función de cómo evoluciona el entorno laboral. Los recursos humanos son una pieza que utilizan las organizaciones para favorecer el buen entendimiento de esa relación, sobre todo con el personal considerado clave.

En definitiva, el contrato psicológico es un modelo mental que condiciona poderosamente el devenir de la empresa en base a la mejor o peor relación que se produzca entre la fuerza de trabajo y la dirección.

Información elaborada por Óscar Torrico

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